miércoles, 29 de agosto de 2012

Ballestas

           “La invención de esta máquina parece en todo digna de los demonios” Alexíada.

Si he escogido esta cita de la obra de la princesa bizantina Ana Comeno, es porque la ballesta es (o debe ser) la principal arma de proyectiles de una campaña de demoníaco medieval.  Desde su aparición en el siglo XI hasta su final en el XVII, la ballesta cambió mucho y adoptó diversas formas. Aunque algunas eran más sofisticadas que otras, no dejó de usarse ningún modelo porque cumplían diversos propósitos tanto en la guerra como en la caza. Por ejemplo, una ballesta ligera puede ser más útil contra un enemigo que no lleve armadura, porque permite disparar más a menudo, mientras que una más potente puede usarse cuando se quiere derribar a un objetivo pesadamente acorazado. Un ejemplo de ello es un inventario de un castillo de la frontera granadina en el siglo XV: “8 ballestas fuertes de garrocha y torno, tres de palo y cinco de acero. Tres ballestas de acero de polea, todas estas ballestas fuertes con sus garruchas e tornos y poleas. Seis ballestas de acero de pie con sus poleas, ballesta fuerte de hueso, ballestas de palo fuerte…”. 
Ibáñez, para simplificar, las divide en el manual en arbalesta, ballesta y ballesta ligera, pero una descripción más detallada, como la que se ofrece ahora, permite al director de juego introducir algunas variantes que ofrecer a sus jugadores para crear una ambientación más precisa. Creo sinceramente que, cuando más detalles se dan, más interesante es la experiencia, aunque nunca hay que excederse. Además, se añaden algunas reglas opcionales, basadas sobre todo en el inédito “Manual avanzado de combate de Aquelarre”. Hay que tener en cuenta que emplearlas, aunque probablemente hagan más realista un encuentro, también complican los cálculos previos y retrasen el combate.

- De dos pies (ballesta ligera). El modelo más básico, estaba hecha de palo, o sea, madera (de tejo), y se cargaba pisando el arco con los dos pies y tirando de la cuerda a pulso.
-De estribo o estribera (ballesta ligera). Al modelo anterior se añadió un estribo, igual al de una silla de montar, para introducir el pie en él y sujetar mejor el arma al tirar de la cuerda hasta engancharla en la nuez.
-Cervera (ballesta). La verga o arco de este arma es compuesta, una mezcla de madera y cuerno o hueso que la hacen más potente. Es por eso que se le añade un gancho que cuelga del cinturón del ballestero, que se llama avancuerda. Cuando quiere cargarla, se limita a agacharse, enganchar la cuerda y tirar de ella cuando se incorpora de nuevo. Este modelo también tenía estribo, por lo que se le llamaba igualmente estribera.
-de gafa (ballesta). A mediados del siglo XIV se comenzó a usar la gafa, una especie de palanca de acero que se colocaba sobre la cureña para tirar y tensar la cuerda hasta llegar a la nuez. Este método permitía cargar (engafar) el arma mientras se estaba a lomos de un caballo, puesto que la ballesta no necesitaba el estribo para sujetarla.
-de cranequín (arbalesta). Las vergas más potentes eran de acero, pero para doblarlas es necesario emplear un mecanismo. El más sofisticado (y caro) fue sin duda el cranequín, un gancho montado en una manivela que lo hacía moverse por una fila dentada. Todo el dispositivo era sujeto a la cureña de la ballesta por un lazo. Esta clase de ballesta era la favorita de la nobleza y comenzó a aparecer a partir de la segunda mitad del siglo XIV.
-de torno (arbalesta). La más potente de las ballestas fue sin duda la de torno, una verdadera máquina de guerra, capaz  de atravesar sin problemas una cota de malla a trescientos metros. Para obtener esa potencia, era necesario una verga de acero y un juego de poleas movido con manivelas (armatoste) montado en la culata del arma. Dos ganchos, colocados uno a cada lado de la cuerda, permitían tirar de ella mientras el ballestero mantenía el arma fija con la ayuda del estribo.
¿Qué ocurre si el jugador no dispone de la avancuerda, o del cranequín o del armatoste? Mientras que las ballestas ligeras se cargan sin problemas sin ayuda mecánica si se tiene la fuerza que exige el arma en sus estadísticas, las ballestas normales requieren una prueba de Fuerza x2. Para doblar las palas de una arbalesta a pulso hay que superar una de Fuerza x1.

A la derecha pueden verse ejemplos de los tipos de ballestas que se han mencionado. De izquierda a derecha se puede ver una ballesta estribera, una cervera (con detalle del gancho que cuelga del cinturón), la de torno y, ya abajo, se puede ver la de cranequín y la de gafa. Como se ve, los ballesteros llevan los proyectiles colgados de una bolsa de la cadera, que se llama cacerina, aunque también se usó el término "carcaxe".


Además del material con el que estaban hechas, o el mecanismo de recarga, Álvaro Soler del Campo, el historiador experto en armas, apunta a otro dato interesante que distinguía las ballestas: la presencia de lemas o del nombre del propietario inscrito en la cureña como una tradición aragonesa. En las de Maximiliano I (siglo XV) se podía leer, además de su lema familiar, otros como “SI DEVS PRO NOBIS, QUIS CONTRA NOS” o “DILIGENTES ME DILIGO”. Los modelos de lujo también tenían policromías, adornos de cuero grabado o incrustaciones de hueso o cobre. Este lujo contrasta con la sencillez del arco galés o inglés, que no era más que una sencilla vara de tejo que ni siquiera se pulía demasiado porque alisar los nudos de la madera suponía debilitar. Las mejoras se limitaban a unas empulgueras de hueso en los extremos para calzar la cuerda pero también en la ballesta la parte más importante era el arco (o palas), que se podía hacer con madera, láminas de ballena y cuerno pegadas, cuerno solo, tendón y cuerno o las más potentes, con acero, que solo se empezó a usar a partir del siglo XIV. Para las ballestas de palo se usaba sobre todo la madera de tejo. Las ordenanzas del Concejo de Plasencia especificaban que únicamente este organismo “podía cortar tejos para hacer ballestas”. Alonso de Herrera en su libro de agricultura de 1513 dice que las cureñas se hacían de encina y serbal o tejo, pero el arco podía ser también a veces de fresno. 
Si existía una gran variedad de ballestas, también se desarrollaron varias clases distintas de proyectiles que disparar con ellas, más allá de los virotes que todos conocen. Según Valverde, el ástil se hacía de jara, arbusto muy común en los montes del centro y este de la península: “Se cortaba en enero antes de que la planta sudara y las mejores eran las nacidas en las zonas soleadas. Se hacían de jara con nudos, cuando se deseaba que se partiera, o sin nudos cuando interesaba clavar hondo o atravesar el animal. En la guerra presumíblemente se emplean sin nudos, por su mayor penetración”. Las plumas eran sobre todo de buitre, pero también de avutarda y águila real, puede que la de cualquier ave grande, como las grullas o las cigüeñas. En los arsenales de las fortalezas, las puntas y los ástiles se guardaban por separado, y los ballesteros las montaban según sus necesidades. En su examen del ejemplar de Las Cantigas llamado el Códice de Florencia, Amparo García enumera algunos de las puntas que se usaban en los proyectiles. A partir de la descripción se pueden elaborar reglas opcionales (algunas ya aparecían en "Manual avanzado de combate).

           -Virote: el más conocido de todos los proyectiles, tiene forma de arpón para dificultar que se extraiga del cuerpo de la víctima. Eso podría significar que es necesaria una tirada de Sanar para conseguir arrancársela sin hacerle 1D3 PD más pero, en el lado negativo, las armaduras obtienen un bonus de +2 contra esa clase de proyectil.
-Pasador: pensado para atravesar armaduras, es solo una larga punta piramidal, con una barba para dificultar la extracción. Su fijación al ástil se realizaba clavándolo por el otro extremo (que tenía una punta metálica) en la madera. Este proyectil reduce la protección a la mitad, pero solo en armaduras ligeras y cotas de malla.
-Cuadrillo: punta de pirámide cuadrangular, era más pesada que el pasador y podían atravesarlo prácticamente todo, incluso una armadura de placas, porque a corta y media distancia reduce cualquier protección a la mitad, redondeando hacia abajo
-Bodoque: una simple bola de arcilla endurecida que se usaba a menudo en la caza menor, era también letal contra blancos sin armadura o con armadura flexible, porque no podía mitigar los traumatismos. Para poder lanzarlo, era necesario equipar a la ballesta con una doble cuerda unida con un trozo de cuero como si de un tirachinas se tratara. 
-De hoz: en forma de media luna, era habitual para la caza de aves porque permitía cortar el cuello o un ala. Da un +20% contra aves, pero es inútil contra blancos con armadura.
-Rayón de escoplo: de forma troncocónica invertida y usados en caza mayor. La cuchilla, muy afilada, causaba severas hemorragias en la pieza y era de fácil extracción al ir desprovista de barbas. A efectos de juego, dobla la posibilidad de crítico, pero solo a corta distancia. A cambio, dado que no acaba en punta, sino en filo, las armaduras metálicas multiplican su valor de protección por 1,5. Es quizá este proyectil el “cuadrillo” que, según se dice, usaban los cuadrilleros de la Santa Hermandad de los montes toledanos, y con el que ajusticiaban a los bandidos.
En el caso de las flechas también las había de varias clases: básicamente de punta ancha y de punzón, pensada para atravesar armaduras. Es decir, que son el equivalente a virote y cuadrillo.

Ballesteros

             “Debe haber hombres que sepan usar la ballesta y que traigan los guisamientos que pertenecen a hecho de ballestería, pues estos hombres cumplen mucho a hecho de guerra”. -Alfonso X, Las siete partidas-.

           En los reinos peninsulares, la lanza y la ballesta eran las armas más utilizadas y las más decisivas en las batallas. Con el tiempo, ser ballestero se convirtió prácticamente sinónimo de soldado profesional de origen villano o campesino, puesto que los burgueses y los nobles ejercían el oficio de las armas como caballeros pardos o infanzones. Y en Castilla, los reyes exigían de sus levas que fueran armadas de cuantas más ballestas mejor, ya desde la época de Alfonso X, en la segunda mitad del siglo XIII. Cien años después, el ordenamiento que promulgó Juan I en las Cortes de Valladolid en 1385 obligaba a todos sus súbditos que tuvieran rentas de entre seiscientos y dos mil maravedíes a que poseyeran “una ballesta de nues e de estribera con cuerda e avancuerda, e cinto, e un carcaxe con tres dosenas de pasadores”
Así que la ballesta era un arma muy popular en la península, aunque es difícil  determinar cuando empezó a serlo, porque en la Hispania de la Alta Edad Media, el ejército visigodo no empleaba  ballesteros, sino arqueros, algunos de ellos a caballo, probablemente herencia de su  periodo bajo el dominio huno. Sin embargo, la desaparición de reino visigodo conllevó la de esta útil arma del bando cristiano y solo la llegada de la ballesta vino a suplir la carencia de un arma de proyectiles de largo alcance. Algunas fuentes señalan a los moros como sus introductores a partir en el siglo XI pero lo cierto es que existen imágenes en Francia datadas en el siglo X donde se pueden ver guerreros usando ballestas de mano o manuballistae.  Sí sabemos en cambio cuándo dejo de usarse, gracias a una petición real fechada en mayo de 1590 a Francisco de Arriola, constructor ballestero de San Sebastián. Éste respondió a una misiva del rey que inquería sobre la posibilidad de encontrar ballesteros que “con el uso de la arcabucería se ha perdido en esta tierra el de la ballesta y no hay ninguno de este oficio: buscaré donde lo haya”. Sin embargo, durante el siglo XVI había todavía muchas ballestas en activo almacenadas en fortalezas y los hombres de campo seguían usándolas a diario en la caza. En el siglo siguiente, a los únicos ballesteros que se menciona es a los del rey, que son realmente arcabuceros. Se sabe que se siguieron construyendo hasta 1620 por el ballestero Lastra y a mediados de siglo se escribieron aún tratados sobre el arte, pero ya habían desaparecido de los campos de batalla de Occidente.
Pero antes de la llegada de la pólvora y el arcabuz, se incentivó el uso de las ballestas en todos los reinos, lo que prueba que su uso no estaba mal visto, a pesar de la famosa prohibición que se hiciera en el Concilio de Letrán en 1235:  “prohibimos que en lo sucesivo se recurra a la destreza mortífera de los ballesteros y de los arqueros en contra de los cristianos y católicos”. También en Castilla fue objeto de prohibiciones: en 1305, se dictó una ley que determinaba que matar a un hombre con ella era crimen aleve (con premeditación) que en aquella época se castigaba con la muerte.
Pero si en la paz era el arma de un asesino, en la guerra era imprescindible. El condestable Lucas de Iranzo, señor de Jaén, que en 1463 era villa fronteriza con Granada, ordenaba a los vecinos que practicasen todos los domingos con la ballesta en campos de tiro. Gran parte de los hombres aportados por las milicias concejiles iban equipados con estas armas, siempre y cuando pudieran permitírsela, de manera que abundaba tanto en las ciudades como en el campo. Era mucho más fácil entrenar a un hombre en el tiro de ballesta que en el cuerpo a cuerpo, y resultaba igual de letal, de ahí que fuera tan popular en las tropas de leva, como las milicias concejiles, y las hermandades de los Montes de Toledo y las de Vizcaya. En el principado de Cataluña, además, eran muy populares desde antiguo los concursos de tiro.
Ramón Muntaner, en su famosa Crónica de Ultramar donde narra la expedición de los almogávares a Bizancio, asegura que los catalanes se cuentan entre los mejores ballesteros del mundo. Es posible que Muntaner se limitara a barrer para casa, pero añadía una razón de peso: “Los ballesteros catalanes son tales que sabrían hacer una ballesta nueva y cada uno sabe tensar su ballesta, hacer vira y dardos y cuerdas, y encordar y atar y todo cuanto al ballestero corresponda, pues los catalanes no admiten que sea ballestero nadie que no sepa del principio al fin todo lo que a la ballesta se refiere. Por eso lleva todo su arreo en una caja, como si tuviese que instalar un taller de ballestería, y ninguna otra gente tiene esto, pues los catalanes lo aprenden desde que los amamantan y los demás no lo hacen, por eso los catalanes son los más buenos del mundo”. En términos de juego, eso podría significar que los ballesteros (soldados) catalanes cambian su competencia de Conducir Carro por la de Artesanía (Ballestas). De hecho, el reino de Aragón fue un centro productor de ballestas a nivel europeo desde el siglo XIV. El historiador experto en armas Álvaro Soler del Campo así lo señala en su ensayo “Notas sobre un grupo de ballestas españolas del emperador Maximiliano I de Austria”, donde explica que su fabricación “se realizaba fundamente en Valencia y las Islas Baleares" y que "Valencia fue un importante centro exportador de armas”. Ballestas, espadas y piezas de armadura eran enviadas a Flandes para ser usadas en la Guerra de los Cien Años. Pero también Mallorca exportaba componentes de ballestas, sobre todo cureñas, a Barcelona y Valencia, en donde se terminaba de construir el arma, y es que en las islas baleares también existía una importante tradición ballestera, según reconoce la crónica general de 1270: “Dicen que en aquellas islas (las Baleares) suele haber aquellas mejores ballestas e los mejores ballesteros del mundo e los más sutiles e que mayor sepan avenir en hecho de ballestas”. Por su parte, Valverde sospecha por los materiales que entre los grandes constructores de ballestas en el medievo podían contarse los vascos, no solo a finales del siglo, sino desde mucho antes. En las vascongadas disponían entonces de las materias primas esenciales como la barba de ballena o el acero. Es sabido que entre los siglos XI al XVII los vascos fueron grandes pescadores de ballenas y en cuanto a la forja,  hay pocos aceros que tengan tanta fama como el de Vizcaya.
En cuanto a los granadinos, sus tropas autóctonas empleaban el arco de pie, arco franco o arco cristiano (como llamaban a las ballestas). Se distinguían de las de los otros reinos en que el estribo del extremo no tenía forma de estribo, sino trapezoidal o circular con unas puntas para clavarlo en tierra de manera que no se moviera al cargar. En su ensayo “Un manuscrito de origen andalusí sobre tema bélico”, Mohammad Bashir Hasan Radhi recoge varias informaciones sobre el tema y deja claro que desde el reino de Al-Andalus, se tiene noticia a través de varios tratados bélicos que los moros hispánicos eran distintos del resto de sus correligionarios porque empleaban la ballesta y no el arco árabe. Hullut Tawara, que vivió en el Al-Andalus del siglo XI, se lamentaba de que “he visto como los andalusíes rechazaban el arco de mano y lo despreciaban, pues el que prefieren y usan es el arco de pie” aunque también añade que “cuando iban a caballo, como no tenían otra posibilidad, recurrían al arco de mano”. En el ensayo se hace notar que, solo un siglo antes, Almanzor hacía fabricar en Córdoba hasta 8.000 arcos árabes al año, aunque no hay que olvidar que el famoso dictador militar había reorganizado el ejército cordobés importando mercenarios extranjeros que quizá sí dominaban el arco. De todos modos, parece increíble que Almanzor dispusiera de tantos arqueros, o siquiera de tantos artesanos, como para necesitar producir tantas armas puesto que los arcos tardaban en estar listos casi un año. La razón era que las tres partes de las que estaban compuestos (madera, tendón y cuerno) se pegaban con una cola natural, que tardaba todo ese tiempo en secarse.
En todo caso, el poeta de Alcalá la Real, Ibn Said al-Mahgribi, en el siglo XIII, volvía asegurar que los moros españoles no usaban más que la ballesta. De todos modos, los andalusíes se las arreglaban bien con el arco cristiano: durante el sitio de Valencia, el propio rey Jaime I fue alcanzado en la ceja izquierda por un ballestero moro. El proyectil le atravesó el yelmo y el almófar (la cofia de malla), saliendo vivo por muy poco, según confiesa él mismo en su “Libro de los hechos”. Un siglo más tarde, los moros nazaríes llevaban su entrenamiento aún más lejos, entrenándose en su uso ya desde niños, hata tal punto que se decía que no había casa granadina sin su ballesta. José Antonio Valverde afirma en “Anotaciones al Libro de la montería del rey Alfonso XI” que el uso extensivo de esta arma contribuyó mucho, junto con el de la espingadería, a la defensa de Granada hasta su desaparición en 1492.
Además de su arma principal, los ballesteros iban armados para el combate cuerpo a cuerpo con un "cuytelo cumplido" equivalente al coitell del almogávar, el bracarmarte o cualquier hoja grande, corta y de un solo filo. Pero el equipo de un ballestero no se limitaba a las armas, sino también a las protecciones que, como todo el mundo sabe, es un aspecto muy importante para sobrevivir al combate en Aquelarre. Según la documentación de la época, los ballesteros profesionales, aunque quizá no los de las milicias concejiles u otras tropas de leva, solían vestir fojas desde mediados del siglo XIII, cuando comenzaron a aparecer en los campos de batalla las planchas metálicas de hierro para reforzar a la tradicional cota de malla. De hecho, la historiadora Ada Bruhn de Hoffmeyer llama a las fojas “la armadura de los ballesteros españoles”. Consisten en pequeñas placas metálicas rectangulares que cubren solo el torso, tanto el pecho como la espada. Según explica Álvaro Soler del Campo en “La guerra y el armamento en Castilla y León durante los siglos XII-XIV” estas fojas “son el antecedente de los futuros petos y espaldares y de unas defensas de placas conocidas como coracinas o brigandinas, que se diferencian de ellas por estar soportadas por cuero o tejido, no por mallas de anillos” y en el manual si aparece la coracina como una armadura completa que ofrece protección 5, igual que una cota de malla. En el blog “Castra in Lusitania” también identifican fojas con coracinas, y lo describen como un jubón claveteado: sobre una base de  cuero se clavan láminas de hierro que luego se cubren con otra tela, de manera que las puntas asoman. Otro blog muy recomendable, “Armas y armaduras de España”, señala que el término coracina vino de Francia a la península en el siglo XVI y que el término adecuado es “fojas” . Se insiste en que la armadura solo protegía el torso, aunque las llamadas “fojas cumplidas” cubrían también los brazos. Si era capaz de soportar el tiro de una ballesta, la foja era llamada “de media prueba” y solo si aguantaba el impacto de un virote disparado por una ballesta de torno se consideraba “a prueba”.
Si podían aportar una montura, se les pagaba el doble que a un ballestero de a pie. Eso no significa que combatieran montados: la táctica básica de la caballería ligera, el torna-fuye, que consiste en disparar de cerca al enemigo y luego escapar, se practicaba con azcona y no con ballesta. Es cierto que nada impedía disparar desde un caballo, sobre todo si se empleaba la gafa, pero no cabe duda de que incluso para un ballestero entrenado era difícil usar el mecanismo de recarga mientras se acercaba o se alejaba al galope del enemigo. Sin embargo, se sabe que los ballesteros a caballo usaban el cinto con gancho para cargar su arma. Un texto de 1487 describe a un “ballestero de a caballo con su ballesta con cuerda y con avancuerda”. 

lunes, 27 de agosto de 2012

¡Corre!

Por definición, la distancia que un personaje puede cubrir corriendo son 12 varas por acción, 24 por turno. La competencia de Correr de la página 79 señala que sirve solo para determinar “el aguante en carreras de larga distancia, su habilidad para sortear obstáculos, el esfuerzo adicional que supone la realización de un sprint o incluso la capacidad de realizar determinadas artimañas durante la persecución”. Es una información que sabe a poco, sobre todo porque en una sesión de juego hay casi tantas persecuciones como combates. Cuando el malo escapa, o cuando son los jugadores los que se dan a la fuga a regañadientes y jurando venganza (algo más raro, puesto que la mayoría exhibe una suicida tendencia a pelear hasta la muerte), surgen siempre circunstancias que hay que aclarar. El inédito “Manual avanzado de combate” aporta unas reglas sencillas y muy útiles que se basan en la AGI y la RES, aunque con ellas es casi imposible huir de alguien más rápido. Parece lógico, pero incluso una persona lenta y torpe puede ofrecer una buena carrera cuando alguien le persigue con un hacha ensangrentada en alto (sobre todo si se emplea Suerte) y es que no por nada se suele decir que “el miedo da alas”. Por eso sugiero añadir algunas reglas más.

1-     El director de juego debe comparar la AGI de los implicados en la persecución. Cada personaje puede correr en cada acción tantas varas como AGI tenga, así que, en un principio, la persona que tenga más de este atributo será la más rápida, y el otro sujeto no podrá atraparla, por lo que solo le quedaría ver impotente como cada asalto se aleja más y más.

2-     Para conseguir dar alcance a un fugitivo igual o más rápido que él, el perseguidor tendrá que superar Correr para esprintar. También es posible que el perseguidor, aunque sea más rápido, quiera alcanzar a su presa antes, quizá para evitar que se ponga a salvo atrincherándose tras una puerta, por ejemplo, o subiéndose a un caballo o cualquier otra situación similar. El procedimiento a seguir es el mismo: podrá acortar la duración de la persecución en un asalto por cada tirada de Correr que supere. Es decir, que avanzará el doble, el triple si saca un crítico. Un fallo no tiene importancia, pero si saca una pifia, el "Manual Avanzado de combate" indica que cae y sufre un punto de daño localizado, del que no protege la armadura, aunque si las auras.

3-     Si el personaje y el PNJ tienen ambos la Competencia de Correr, todo se resuelve enfrentado las tiradas, tal y como figura en el manual básico.También es importante la distancia puesto que, cuanto más lejos está el perseguidor, más le costará alcanzar a su presa. Por ejemplo: si el fugitivo emprende la fuga cuando aún está a 12 varas de su enemigo pero éste tiene cinco puntos de AGI más, es fácil calcular que en tres asaltos le habrán dado alcance, pero si tienen la misma agilidad, el que huye tiene una cómoda ventaja.

4-  Queda por determinar qué hacer en caso de que la persecución se prolongue. Ese caso está previsto en el “Manual Avanzado de Combate”, que indica que un personaje puede correr tantos asaltos como RES tenga. A partir de ahí podrá mantener el ritmo si supera una tirada de Correr. Si saca un crítico, podrá seguir corriendo sin volver a tirar durante tres asaltos (seis acciones) mientras que un fallo indica que puede correr solo una acción y detenerse agotado. Aunque, eso sí, tiene la posibilidad de volver a poner pies en polvorosa después de un asalto entero recobrando el aliento. En mi caso, empleo una version modificada de la regla:  uso la RES directamente, puesto que la característica base de Correr es AGI, lo que indica velocidad, no aguante. El jugador empieza tirando RESx4, pero si falla, la próxima vez tendrá que hacerlo x3, incluso si descansa durante un asalto. Y si vuelve a fallar, se rebaja a x2. Un nuevo fallo, y ya está a x1.

5-Una vez el perseguidor llegue a la altura del fugitivo ¿Qué ocurre? En primer lugar, eso no significa que éste tenga que detenerse. Todos hemos visto alguna vez como alguien al que le han agarrado por la ropa insiste en seguir corriendo. Lo que significa es que el perseguidor puede escoger entre entrar en combate o en melé y, por tanto, emplear las acciones de Empujón, Inmovilizar, o Tropiezo. Si escoge este último caso (el de melé), significa que se ha acabado la persecución y si el fugitivo quiere continuar con su escapada, debe realizar la maniobra Zafarse. Como opción, el perseguidor puede llevar a cabo la acción de Carga y el fugitivo Parar, ya sea con su arma o con un escudo, pero hay que considerar que le atacan por detrás, así que el perseguidor tiene un +50% al ataque y el fugitivo un -50% a la defensa. En cuanto a Esquivar, se sustituye por Correr, aunque en este caso no hay malus.  

Ejemplo: Pau el sodomita, el ladrón de origen etíope cuyo corazón es tan negro como su rostro, se une a una panda de degolladores para un asalto nocturno al monasterio benedictino de Ripoll. Mientras sus compañeros se dedican al saqueo, a la quema y a la matanza, Pau ve como escapa un joven fraile que se dirige hacia los caballos de los asaltantes, así que desenvaina su bracamarte y se lanza en su persecución. El rollizo monje tiene una AGI de 10 y el ladrón 15, pero el religioso se encuentra ya al otro lado del patio, a cincuenta varas de distancia. Los caballos aguardan algo más lejos, camino abajo, a unas 75 varas. Un rápido cálculo permite determinar que el fraile llegará a los caballos en tres asaltos y una acción, lo que le deja a solo cinco varas del caballo, mientras que Pau llegará en cuatro para estar a la misma distancia, así que necesita sacar una tirada de Correr para alcanzar al monje antes de que se monte en uno de los caballos. Como se trata de una competencia básica de ladrón, tiene un 65% en ella pero, además, decide gastar Suerte: supera la tirada, de manera que llegará en tres. Decide Cargar contra el fraile, y la hoja corta limpiamente la cabeza tonsurada, que rueda por el suelo.

viernes, 24 de agosto de 2012

Saludos!

 Este blog (en construcción) pretende ser una colección de material orientado a ambientar, complementar o aderezar las partidas de Aquelarre, el juego de rol demoníaco medieval, así que cualquier director de juego que encuentre cualquier información útil en los próximos artículos puede hacer uso de ella libremente en sus sesiones.