miércoles, 29 de agosto de 2012

Ballesteros

             “Debe haber hombres que sepan usar la ballesta y que traigan los guisamientos que pertenecen a hecho de ballestería, pues estos hombres cumplen mucho a hecho de guerra”. -Alfonso X, Las siete partidas-.

           En los reinos peninsulares, la lanza y la ballesta eran las armas más utilizadas y las más decisivas en las batallas. Con el tiempo, ser ballestero se convirtió prácticamente sinónimo de soldado profesional de origen villano o campesino, puesto que los burgueses y los nobles ejercían el oficio de las armas como caballeros pardos o infanzones. Y en Castilla, los reyes exigían de sus levas que fueran armadas de cuantas más ballestas mejor, ya desde la época de Alfonso X, en la segunda mitad del siglo XIII. Cien años después, el ordenamiento que promulgó Juan I en las Cortes de Valladolid en 1385 obligaba a todos sus súbditos que tuvieran rentas de entre seiscientos y dos mil maravedíes a que poseyeran “una ballesta de nues e de estribera con cuerda e avancuerda, e cinto, e un carcaxe con tres dosenas de pasadores”
Así que la ballesta era un arma muy popular en la península, aunque es difícil  determinar cuando empezó a serlo, porque en la Hispania de la Alta Edad Media, el ejército visigodo no empleaba  ballesteros, sino arqueros, algunos de ellos a caballo, probablemente herencia de su  periodo bajo el dominio huno. Sin embargo, la desaparición de reino visigodo conllevó la de esta útil arma del bando cristiano y solo la llegada de la ballesta vino a suplir la carencia de un arma de proyectiles de largo alcance. Algunas fuentes señalan a los moros como sus introductores a partir en el siglo XI pero lo cierto es que existen imágenes en Francia datadas en el siglo X donde se pueden ver guerreros usando ballestas de mano o manuballistae.  Sí sabemos en cambio cuándo dejo de usarse, gracias a una petición real fechada en mayo de 1590 a Francisco de Arriola, constructor ballestero de San Sebastián. Éste respondió a una misiva del rey que inquería sobre la posibilidad de encontrar ballesteros que “con el uso de la arcabucería se ha perdido en esta tierra el de la ballesta y no hay ninguno de este oficio: buscaré donde lo haya”. Sin embargo, durante el siglo XVI había todavía muchas ballestas en activo almacenadas en fortalezas y los hombres de campo seguían usándolas a diario en la caza. En el siglo siguiente, a los únicos ballesteros que se menciona es a los del rey, que son realmente arcabuceros. Se sabe que se siguieron construyendo hasta 1620 por el ballestero Lastra y a mediados de siglo se escribieron aún tratados sobre el arte, pero ya habían desaparecido de los campos de batalla de Occidente.
Pero antes de la llegada de la pólvora y el arcabuz, se incentivó el uso de las ballestas en todos los reinos, lo que prueba que su uso no estaba mal visto, a pesar de la famosa prohibición que se hiciera en el Concilio de Letrán en 1235:  “prohibimos que en lo sucesivo se recurra a la destreza mortífera de los ballesteros y de los arqueros en contra de los cristianos y católicos”. También en Castilla fue objeto de prohibiciones: en 1305, se dictó una ley que determinaba que matar a un hombre con ella era crimen aleve (con premeditación) que en aquella época se castigaba con la muerte.
Pero si en la paz era el arma de un asesino, en la guerra era imprescindible. El condestable Lucas de Iranzo, señor de Jaén, que en 1463 era villa fronteriza con Granada, ordenaba a los vecinos que practicasen todos los domingos con la ballesta en campos de tiro. Gran parte de los hombres aportados por las milicias concejiles iban equipados con estas armas, siempre y cuando pudieran permitírsela, de manera que abundaba tanto en las ciudades como en el campo. Era mucho más fácil entrenar a un hombre en el tiro de ballesta que en el cuerpo a cuerpo, y resultaba igual de letal, de ahí que fuera tan popular en las tropas de leva, como las milicias concejiles, y las hermandades de los Montes de Toledo y las de Vizcaya. En el principado de Cataluña, además, eran muy populares desde antiguo los concursos de tiro.
Ramón Muntaner, en su famosa Crónica de Ultramar donde narra la expedición de los almogávares a Bizancio, asegura que los catalanes se cuentan entre los mejores ballesteros del mundo. Es posible que Muntaner se limitara a barrer para casa, pero añadía una razón de peso: “Los ballesteros catalanes son tales que sabrían hacer una ballesta nueva y cada uno sabe tensar su ballesta, hacer vira y dardos y cuerdas, y encordar y atar y todo cuanto al ballestero corresponda, pues los catalanes no admiten que sea ballestero nadie que no sepa del principio al fin todo lo que a la ballesta se refiere. Por eso lleva todo su arreo en una caja, como si tuviese que instalar un taller de ballestería, y ninguna otra gente tiene esto, pues los catalanes lo aprenden desde que los amamantan y los demás no lo hacen, por eso los catalanes son los más buenos del mundo”. En términos de juego, eso podría significar que los ballesteros (soldados) catalanes cambian su competencia de Conducir Carro por la de Artesanía (Ballestas). De hecho, el reino de Aragón fue un centro productor de ballestas a nivel europeo desde el siglo XIV. El historiador experto en armas Álvaro Soler del Campo así lo señala en su ensayo “Notas sobre un grupo de ballestas españolas del emperador Maximiliano I de Austria”, donde explica que su fabricación “se realizaba fundamente en Valencia y las Islas Baleares" y que "Valencia fue un importante centro exportador de armas”. Ballestas, espadas y piezas de armadura eran enviadas a Flandes para ser usadas en la Guerra de los Cien Años. Pero también Mallorca exportaba componentes de ballestas, sobre todo cureñas, a Barcelona y Valencia, en donde se terminaba de construir el arma, y es que en las islas baleares también existía una importante tradición ballestera, según reconoce la crónica general de 1270: “Dicen que en aquellas islas (las Baleares) suele haber aquellas mejores ballestas e los mejores ballesteros del mundo e los más sutiles e que mayor sepan avenir en hecho de ballestas”. Por su parte, Valverde sospecha por los materiales que entre los grandes constructores de ballestas en el medievo podían contarse los vascos, no solo a finales del siglo, sino desde mucho antes. En las vascongadas disponían entonces de las materias primas esenciales como la barba de ballena o el acero. Es sabido que entre los siglos XI al XVII los vascos fueron grandes pescadores de ballenas y en cuanto a la forja,  hay pocos aceros que tengan tanta fama como el de Vizcaya.
En cuanto a los granadinos, sus tropas autóctonas empleaban el arco de pie, arco franco o arco cristiano (como llamaban a las ballestas). Se distinguían de las de los otros reinos en que el estribo del extremo no tenía forma de estribo, sino trapezoidal o circular con unas puntas para clavarlo en tierra de manera que no se moviera al cargar. En su ensayo “Un manuscrito de origen andalusí sobre tema bélico”, Mohammad Bashir Hasan Radhi recoge varias informaciones sobre el tema y deja claro que desde el reino de Al-Andalus, se tiene noticia a través de varios tratados bélicos que los moros hispánicos eran distintos del resto de sus correligionarios porque empleaban la ballesta y no el arco árabe. Hullut Tawara, que vivió en el Al-Andalus del siglo XI, se lamentaba de que “he visto como los andalusíes rechazaban el arco de mano y lo despreciaban, pues el que prefieren y usan es el arco de pie” aunque también añade que “cuando iban a caballo, como no tenían otra posibilidad, recurrían al arco de mano”. En el ensayo se hace notar que, solo un siglo antes, Almanzor hacía fabricar en Córdoba hasta 8.000 arcos árabes al año, aunque no hay que olvidar que el famoso dictador militar había reorganizado el ejército cordobés importando mercenarios extranjeros que quizá sí dominaban el arco. De todos modos, parece increíble que Almanzor dispusiera de tantos arqueros, o siquiera de tantos artesanos, como para necesitar producir tantas armas puesto que los arcos tardaban en estar listos casi un año. La razón era que las tres partes de las que estaban compuestos (madera, tendón y cuerno) se pegaban con una cola natural, que tardaba todo ese tiempo en secarse.
En todo caso, el poeta de Alcalá la Real, Ibn Said al-Mahgribi, en el siglo XIII, volvía asegurar que los moros españoles no usaban más que la ballesta. De todos modos, los andalusíes se las arreglaban bien con el arco cristiano: durante el sitio de Valencia, el propio rey Jaime I fue alcanzado en la ceja izquierda por un ballestero moro. El proyectil le atravesó el yelmo y el almófar (la cofia de malla), saliendo vivo por muy poco, según confiesa él mismo en su “Libro de los hechos”. Un siglo más tarde, los moros nazaríes llevaban su entrenamiento aún más lejos, entrenándose en su uso ya desde niños, hata tal punto que se decía que no había casa granadina sin su ballesta. José Antonio Valverde afirma en “Anotaciones al Libro de la montería del rey Alfonso XI” que el uso extensivo de esta arma contribuyó mucho, junto con el de la espingadería, a la defensa de Granada hasta su desaparición en 1492.
Además de su arma principal, los ballesteros iban armados para el combate cuerpo a cuerpo con un "cuytelo cumplido" equivalente al coitell del almogávar, el bracarmarte o cualquier hoja grande, corta y de un solo filo. Pero el equipo de un ballestero no se limitaba a las armas, sino también a las protecciones que, como todo el mundo sabe, es un aspecto muy importante para sobrevivir al combate en Aquelarre. Según la documentación de la época, los ballesteros profesionales, aunque quizá no los de las milicias concejiles u otras tropas de leva, solían vestir fojas desde mediados del siglo XIII, cuando comenzaron a aparecer en los campos de batalla las planchas metálicas de hierro para reforzar a la tradicional cota de malla. De hecho, la historiadora Ada Bruhn de Hoffmeyer llama a las fojas “la armadura de los ballesteros españoles”. Consisten en pequeñas placas metálicas rectangulares que cubren solo el torso, tanto el pecho como la espada. Según explica Álvaro Soler del Campo en “La guerra y el armamento en Castilla y León durante los siglos XII-XIV” estas fojas “son el antecedente de los futuros petos y espaldares y de unas defensas de placas conocidas como coracinas o brigandinas, que se diferencian de ellas por estar soportadas por cuero o tejido, no por mallas de anillos” y en el manual si aparece la coracina como una armadura completa que ofrece protección 5, igual que una cota de malla. En el blog “Castra in Lusitania” también identifican fojas con coracinas, y lo describen como un jubón claveteado: sobre una base de  cuero se clavan láminas de hierro que luego se cubren con otra tela, de manera que las puntas asoman. Otro blog muy recomendable, “Armas y armaduras de España”, señala que el término coracina vino de Francia a la península en el siglo XVI y que el término adecuado es “fojas” . Se insiste en que la armadura solo protegía el torso, aunque las llamadas “fojas cumplidas” cubrían también los brazos. Si era capaz de soportar el tiro de una ballesta, la foja era llamada “de media prueba” y solo si aguantaba el impacto de un virote disparado por una ballesta de torno se consideraba “a prueba”.
Si podían aportar una montura, se les pagaba el doble que a un ballestero de a pie. Eso no significa que combatieran montados: la táctica básica de la caballería ligera, el torna-fuye, que consiste en disparar de cerca al enemigo y luego escapar, se practicaba con azcona y no con ballesta. Es cierto que nada impedía disparar desde un caballo, sobre todo si se empleaba la gafa, pero no cabe duda de que incluso para un ballestero entrenado era difícil usar el mecanismo de recarga mientras se acercaba o se alejaba al galope del enemigo. Sin embargo, se sabe que los ballesteros a caballo usaban el cinto con gancho para cargar su arma. Un texto de 1487 describe a un “ballestero de a caballo con su ballesta con cuerda y con avancuerda”. 

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