martes, 16 de enero de 2018

Interpretando al Cambista

Mesa de cambio o banca del siglo XV. Obsérvese el paño escarlata
Existen a disposición del jugador numerosas opciones de profesión y algunas son más populares que otras. Por ejemplo: no recuerdo haber visto nunca un grupo que no incluyera a un Brujo o un Alquimista. Ladrón, Cazador, Almogávar o Infanzón son también profesiones populares. En cambio, la de Cambista no lo es, quizá porque es difícil llevar un personaje que solo puede hacer daño al enemigo devolviéndole mal el cambio. Pero el Director de Juego siempre puede preparar una aventura en la que el Cambista se dedique al intrigante mundo de las altas finanzas medievales, puesto que el sistema financiero estaba bastante desarrollado en la Baja Edad Media. Es un enfoque un poco distinto de la habitual aventura de nobles malvados y brujas, y puede resultar atractivo si se combinan las intrigas financieras con brutales peleas a cuchilladas en algún callejón con los sicarios de algún rival. Incluso puede llevar a los jugadores a lugares exóticos, siguiendo las rutas comerciales y visitando los emporios de toda Europa. O incluso más allá. 

Como guía para interpretar a un Cambista en su negocio podemos recurrir a la novela "La catedral del mar", de Ildefonso Falcones. Uno de los oficios que desempeñó el protagonista, Arnau, durante su accidentada vida, fue precisamente el de Cambista en Barcelona. En el capitulo 34 narra como monta su casa de cambio y aporta algunas claves al Director de Juego para describir la escena:

1) Los cambistas se agrupan por calles, como cualquier otro oficio medieval. 
2) El mueble más importante del despacho es una mesa alargada sobre el que se despliega un tapete de seda roja con flecos dorados en sus extremos: la banca. El tapete es la señal pública de que el Cambista ha cumplido todos los requisitos que exige la ciudad. Sobre todo, la fianza de mil marcos de plata que es obligatoria.
3)Además de la mesa, algunos objetos corrientes en el despacho de un Cambista son: sillas para el Cambista, su Escriba y los clientes, plumas, tinteros, una balanza para las monedas, cofres herrados para guardar el dinero, un ábaco, libros de pergamino para apuntar las operaciones, un armario para guardarlos y unas cizallas grandes para cortar la moneda falsa cuando la descubre. 

Dar el Cambio
La primera función de un Cambista es, como su propio nombre indica, el cambio de moneda. En la Baja Edad Media se movían muchos tipos de acuñaciones, más incluso de los que figuran en el Manual: florines de Génova y de Florencia, ducados venecianos... El valor de una divisa se fijaba en la Lonja, y fluctuaba a menudo, de manera que los Cambistas tenían que acudir a diario al centro de comercio para conocer la cotización: los gobernantes de cada país dictaban las equivalencias. Por ejemplo: un florín, trece croats en el Principado de Cataluña. Pero lo que realmente valía cada moneda en cualquier otro país era su peso en metal precioso, ya fuera oro o plata. Si el valor nominal de una divisa era inferior a su valor real, entonces valía la pena comprarla y venderla en otro reino. 

Sin embargo, el Cambista no transportaba las monedas personalmente. Para eso estaba el Comerciante, que lleva el dinero al puerto adecuado y cuyos beneficios salían del sobrecambio que pudiera conseguir con sus tiradas de Comercio. Es decir: que tiene que conseguir un precio por el dinero más bajo aún de lo que ha fijado el Cambista si quiere que el viaje le salga a cuenta.

Comerciar
Durante el invierno, cuando los barcos estaban en dique seco, el Cambista se dedicaba a preparar los contratos de Comanda: compraban productos para exportar, se asociaban con otros mercaderes para feltar o contratar naves y decidían que productos traerían los barcos a la vuelta. Es decir, el tornaviaje. El Comerciante ganaba una cuarta parte de los beneficios. Por supuesto, la mercancía más valiosa eran las especias tanto las menudas (las especias propiamente dichas, como pimienta, canela, clavo de especie, nuez moscada) como en general (especias menudas y cualquier producto exótico, como colmillos de elefante). Pero también se compraban tejidos de Flandes, o cera de Dacia, así como grano, oro o cobre de otros países. 

Bancarrota
Sea con el dinero o con las mercancías, el Cambista asumía los riesgos en las Comandas. Si perdía el dinero y las mercancías, tenía seis meses para devolver el depósito a sus clientes. Vencido el plazo, se le declaraba en bancarrota y se le encerraba a pan y agua mientras se vendían todos sus bienes para pagar a los acreedores. Si no había suficiente, entonces se le cortaba la cabeza frente a su establecimiento como escarmiento para los demás Cambistas.

Todos necesitan dinero: nobles, reyes y obispos
En el suplemento Rincón (uno de los mejores que se han publicado de Aquelarre) se incluía un apéndice titulado "Economía en Aquelarre" (pág. 69) donde figuraban tablas de inversiones tanto para finanzas como para comercio, tanto interior como exterior, lo que permite simular todas las operaciones.

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